El Rubidoux, con su torre de pantalla original de 1948 aún en pie, es el último de los autocines clásicos que quedan en el sur de California. Aunque conserva gran parte de su carácter original, el tiempo ha transformado esta joya en un teatro al aire libre completamente moderno. La incorporación de transmisores FM y la proyección digital Technalight garantizan la mejor imagen y sonido posibles.
Roy C. Hunt, el empresario cinematográfico de Riverside de antes de la guerra, abrió el autocine Rubidoux en noviembre de 1948. Anticipando el valor de los autocines tras la expansión de la posguerra, Hunt eligió el Rubidoux por su proximidad a las comunidades de Riverside y Fontana, que crecían rápidamente.
El Rubidoux se construyó como un local de una sola pantalla y tenía una capacidad de unos 690 coches. La torre de la pantalla original, de estilo art decó, se diseñó para películas proyectadas en el antiguo formato de la academia, pero se remodeló cuando se introdujo el Cinemascope, un formato de pantalla ancha, a mediados de los años cincuenta. Para atraer a un público que buscaba una noche de diversión familiar, el teatro también ofrecía una variedad de entretenimiento antes de la función, como un bar de aperitivos con servicio completo, un ferrocarril en miniatura, un parque infantil y un zoológico de mascotas.
A la muerte del Sr. Hunt en 1962, el Rubidoux fue adquirido por la compañía de autocines de Los Ángeles para complementar sus otros autocines en la zona de Riverside. En 1983, el Rubidoux fue remodelado y se añadieron dos pantallas más. Esto ayudó al teatro a competir con éxito con la multitud de multicines construidos en la década de 1970. Ahora los autocines podían seguir proyectando películas dobles de estreno para un público más amplio.
La renovación y conservación del Rubidoux es un proyecto continuo. Desde el año 2000, el bar y los baños se han renovado por completo, se han repavimentado los terrenos, se han pintado las pantallas y se ha mejorado el paisaje. La taquilla y el bar también han recibido un nuevo tratamiento, y ahora recuerdan la herencia original del teatro de la posguerra, la Ruta 66.
En una cultura en la que el tiempo en familia se ha vuelto tan escaso, y el precio de las entradas de cine está desbordando el presupuesto, ha llegado el momento de que el autocine vuelva a satisfacer la sed nacional de entretenimiento familiar asequible y de calidad. Afortunadamente, el autocine no es una reliquia olvidada, sino una apasionante historia viva, y gracias a The Rubidoux y otros cines como él, los autocines vuelven a ser una experiencia familiar para los estadounidenses. Al fin y al cabo, ¿por qué limitarse a ver una película cuando se puede vivir una?
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